El régimen chavista tiene una larga tradición de fraudes electorales, por distintos métodos, a lo largo del cuarto de siglo que detenta el poder.
Los líderes de Suramérica progresistas han sido populistas, demagogos y paulatinamente se volvieron más intervencionistas y violentos al correr el riesgo de perder el poder a cualquier precio.
Siempre estuvieron dispuestos a apoyar y defender a sus compañeros progresistas de la religió, cuando sus gobiernos estuvieron en peligro, sabiendo que su supervivencia depende del número que representan.
Presidentes como Petro, Lula, Boric, López Obrador incluso Bernardo Arévalo han afirmado con aire circunspecto y sin que se les moviera una ceja que existen varias opciones para resolver la “discrepancia” que existe entre el régimen chavista de Venezuela y el resto de la población de ese país.
El problema principal de esta actitud de algunos presidentes latinoamericanos, es que no están simplemente apoyando a uno de los suyos que intenta trampear una elección para quedarse en el poder a pesar de perder elecciones.
Ello sería condenable, pero el asunto es aún peor: están apoyando a una dictadura sanguinaria, la más cruel en estos momentos en la región. Que realiza elecciones democráticas como un show internacional para que tengan una aprobación internacional.
Por desgracia, ello muestra que los instrumentos del derecho penal internacional se ven inhibidos en casos como este, demostrando que todos los dictadores son iguales, pero algunos son más iguales que otros.
Que buscan estar en el poder por décadas y que solo con revoluciones violentas usando armas salen de sus países como es el caso de Noriega en Panamá
Como dice el dicho: Un dictador es un dictador, no importa su excusa para oprimir a la gente.
