Muchos tenemos el privilegio de vivir con lo necesario, o como decía mi papá, “casa, comida y ropa limpia”, además de trabajo, salud y capacidad de sostener nuestra vida, costumbres, necesidades, etc. Pero me temo que esto no es la generalidad para todo el país. Vemos a diario a muchos que viven en la pobreza, que están sin empleo o que padecen alguna limitación física o mental. A ellos, nuestra solidaridad y ayuda. Cada quien da lo que puede y quiere, para contribuir a aliviar las carencias de otros.
Los gobiernos populistas, como el que nos dirige ahora, se creen expertos en solucionar las carencias para este grupo de personas. Hemos visto, una y otra vez, el fracaso absoluto de esas políticas, pero la población más necesitada, a la que nos referíamos en el párrafo anterior, es la que termina eligiéndolos por ser, lamentablemente, la mayoría. La razón está a la vista: carecen de conocimientos básicos educativos, derivado de la desnutrición y de la pésima calidad educativa y caen en la trampa de los cantos de sirena que no son más que una ilimitada cantidad de mentiras que seducen y les da esperanza.
Esa ideología destructiva es la que dicta las decisiones en la arena internacional. Hemos visto en estos días, desde la sede del reducto guerrillero llamado ONU, el desfile de presidentes dando sus gloriosos discursos llenos de falacias pues, al bajarse del estrado, van a negociar con quien les ofrezca “casas, carros, premios, puntos”, como decía un viejo comercial de televisión.
Estamos “viendo venir la tormenta y no sacamos ni el paraguas” (otro refrán). En México suprimieron la propiedad privada de la Constitución en esta semana. Ese es el principio del fin. Habrá libertad de robar pues nada es de nadie, excepto del gobierno.
Últimamente, las opiniones son viscerales pues la desesperación y el hartazgo han llegado a tope. ¿Qué nos está pasando que muchos se han acomodado y dejado de luchar contra todo para rescatar a nuestra Guate?
Nos hemos limitado a escuchar opiniones viscerales cuando escuchamos a los burócratas de turno, quejarse porque no pagamos suficientes impuestos. Terminan su discurso o “su día en el despacho”, se suben a su carro y se olvidan de la responsabilidad que adquirieron al ser juramentados. Escuchan a sus más allegados o a quienes los sacarán de la pobreza, con la esperanza de hacer “bien” las cosas para no terminar en la cárcel.
¿Qué nos ha pasado todo este tiempo para haber caído tan bajo? ¿Qué estamos haciendo mal o dejando de hacer para impedir que estos rateros de poca monta se lleven lo que quieran? Ya han vaciado las arcas nacionales, uno tras otro y, como consecuencia, nos esquilman a los que producimos porque, claro está, no alcanza el dinero.
Las redes sociales se han vuelto nuestra vía de escape, de queja, de exigencias y demandas a quienes nos gobiernan. Últimamente, las opiniones son viscerales pues la desesperación y el hartazgo han llegado a tope.
¿Qué nos está pasando que muchos se han acomodado y dejado de luchar contra todo para rescatar a nuestra Guate? Yo seguiré dando la batalla con mi pluma. Deseo que usted lo haga en su metro cuadrado, de la forma que pueda.
Carolina Castellanos