¿Se puede diseñar el orden social desde arriba o debe surgir de abajo?
La reciente premiación de Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson con el Premio Nobel de Economía honra su influyente trabajo en el análisis de las instituciones y su papel en el desarrollo económico. Su obra, inspirada en el nuevo institucionalismo de autores como Douglass North, subraya cómo las instituciones políticas y económicas condicionan el progreso o el estancamiento de las naciones. El desarrollo económico depende menos de los recursos y más de la calidad de las instituciones que rigen la interacción social y económica.
En su libro Why Nations Fail (2012), Acemoglu y Robinson exploran cómo las instituciones extractivas —aquellas que concentran el poder y limitan la competencia económica— perpetúan la pobreza y el subdesarrollo. En cambio, las instituciones inclusivas —que fomentan la participación y permiten la innovación— promueven el crecimiento. Ven la posibilidad de que una intervención radical, como una revolución o coyuntura crítica que imponga un nuevo marco institucional, puede generar cambios positivos. Refleja un enfoque intervencionista, que considera que ciertas estructuras institucionales eficaces pueden ser aplicables universalmente, incluso en contextos sociales muy distintos.
Estos argumentos son música para el proyecto de ingeniería institucional.
Conviene ser precavidos, ya que estos argumentos son música para el proyecto de ingeniería institucional de organismos multilaterales y la agenda globalista. Solo hay que ver el resultado de los intentos de EE. UU. y la Unión Europea de imponer las “instituciones correctas” en Afganistán e Irak. De hecho, Usaid y “la embajada” han tratado de hacer eso mismo en diferentes países durante décadas. Acemoglu y coautores creen que las instituciones inclusivas pueden “ingenierizarse” en sociedades problemáticas. Pensadores como F. Hayek proponen que las instituciones impuestas suelen ser frágiles y propensas a fallar porque no reflejan las costumbres, valores y tradiciones locales. Esta divergencia representa un debate clave en la economía política: ¿se puede diseñar el orden social desde arriba o debe surgir de abajo?
Deirdre McCloskey critica la teoría materialista de Acemoglu y Robinson, proponiendo que subestima el rol de las ideas y la cultura en la creación de instituciones inclusivas. Según McCloskey, las instituciones no explican por sí solas el crecimiento explosivo de Occidente desde el siglo XIX; el cambio en la mentalidad y la valorización de la innovación individual y el comercio libre que promueven la movilidad social fueron igual de críticos. McCloskey plantea que el énfasis exclusivo en las instituciones ignora el papel de las ideas como catalizador de cambio. De manera similar, Harrison y Huntington (Culture Matters, 2000) enfatizan el papel de los valores culturales en el desarrollo institucional y el progreso económico.
La distancia entre estas posiciones puede ser menor de lo que parece con la comprensión del sentido amplio de instituciones de North, las leyes y reglas formales e informales, así como las creencias, costumbres y tradiciones que les dan sentido y las hacen cumplir. Para cobrar potencia y rendir fruto, los cambios institucionales tienen que ser internalizados como parte de las creencias, valores y costumbres. Es difícil y pareciera tener un elemento mágico; coyuntura o “ventana de oportunidad” para el cambio, el misterio del surgimiento y conjunción de liderazgos morales y políticos, el poder de persuasión, efectividad y dirección correcta. McCloskey da importancia a la “retórica”; lo que se cree, valoriza y habla. Acemoglu subraya el marco institucional. Es una combinación de ambos.
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