No debería haber ninguna injerencia de parte del gobierno, dado que este es precisamente el causante de los monopolios que hacen daño al país
La famosa Ley de Competencia, conocida mejor como Ley Antimonopolio, que fue recientemente aprobada en Guatemala, existe con diferentes variaciones en todo el mundo. Sin embargo, esto no es un argumento para que dicha ley se justifique globalmente. Contrario a lo que se pretende, que es crear más competencia, en realidad la ley la limita y, en algunos casos, la impide. El problema radica en la definición. La mayoría de las personas que apoyan estas leyes consideran que el monopolio es malo y que se refiere a una sola empresa con control y poder absoluto sobre el producto que fabrica y vende. A mi juicio, este es un error, pues no se analiza a fondo lo que significa el monopolio.
El mundo estará mejor con menos regulaciones y más comercio libre para promover una mayor competencia en todos los sentidos.
Con este tipo de leyes, la gente cree que el Gobierno debe regular e intervenir en los monopolios. Al contrario, la realidad es otra: no debería haber ninguna injerencia del Gobierno, dado que este es precisamente el causante de los monopolios que hacen daño al país. El capitalismo o la economía de mercado libre permite la creación de cualquier tipo de empresa. Algunas llegan a ser enormes y esto es necesario para que logren alcanzar economías de escala y producir bienes y servicios de forma más eficiente. Así, pueden vender a precios más bajos en el mercado, favoreciendo al consumidor. Ludwig von Mises, tal vez el más destacado economista de la Escuela Austríaca de Economía, afirmaba que una de las características más importantes del capitalismo era “la producción en masa para las masas”. De esta forma se logra que la mayoría de las personas tenga acceso a más productos.
El problema del monopolio no radica en que haya una sola empresa produciendo y vendiendo, sino en que exista una empresa que tenga, por motivos ajenos al mercado, un privilegio que le permite disminuir la cantidad producida para incrementar los precios de su producto. Esto puede ocurrir incluso cuando hay varias empresas en un país, pero gozan de alguna “licencia” o “permiso”, tienen alguna exclusividad o alguna protección por parte del gobierno.
La tendencia del capitalismo no es hacia los monopolios; al contrario, es hacia una mayor competencia. Otro gran economista de la Escuela Austríaca de Economía, Murray Rothbard, considera que el mercado libre tiene sus propios remedios contra la formación de monopolios, o mejor dicho, contra esa situación que permite a una o a un grupo de empresas incrementar el precio a su antojo restringiendo la cantidad ofrecida.
En el capitalismo no se necesita de ninguna ley antimonopolio, primero porque el mismo sistema fomenta la competencia real; es decir, la que ya existe. Cada empresa querrá ganar más mercado, por lo que deberá producir con mayor eficiencia para vender más barato. Aquí se incluye la competencia que viene del exterior, cuya inhibición mediante aranceles gubernamentales favorece el surgimiento de monopolios.
En segundo lugar, el capitalismo fomenta la competencia potencial, aquella que puede aparecer en cualquier momento. A esta competencia es a la que más temen los empresarios, ya que les impide cobrar precios muy altos, pues esto invitaría inmediatamente a nuevas empresas. No impidamos que lleguen nuevas empresas; el riesgo político para la atracción de capitales y nuevas inversiones debe ser cero.
En tercer lugar, siempre existen sustitutos de los productos que se producen, y si no hay uno en un momento dado, a alguien se le ocurrirá crear uno. No hay que impedir que los sustitutos surjan con leyes que dificultan la entrada de nuevas empresas y regulaciones arbitrarias.
El mundo estará mejor con menos regulaciones y más comercio libre para promover una mayor competencia en todos los sentidos.
La opinión de este artículo es ajena a Noticiero El Vigilante