La NASA desarrolló una batería de níquel-hidrógeno que podría cambiar por completo la industria energética y la experiencia de los usuarios frente a la carga de los diferentes dispositivos.
Este proyecto tendría un impacto en diferentes sectores, desde teléfonos móviles hasta vehículos eléctricos, que se basan en el ion y litio para su funcionamiento. Además, el impacto ambiental de su producción es considerable.
La empresa EnerVenue ha adaptado esta tecnología para su uso en la Tierra y ha desarrollado las Energy Storage Vessels (ESVs), baterías de níquel-hidrógeno con una vida útil de hasta 30 años y la capacidad de soportar más de 30.000 ciclos de carga y descarga sin perder eficiencia.
Las baterías de níquel-hidrógeno operan a presiones internas considerablemente más bajas, reduciendo el riesgo de accidentes. Además, su estructura hermética evita fugas y facilita su reciclaje, aumentando su sostenibilidad.
Las baterías de níquel-hidrógeno presentan múltiples beneficios en comparación con las de ion-litio:
Larga vida útil: pueden durar hasta 30 años, manteniendo hasta el 86% de su capacidad original.
Mayor seguridad: su diseño evita el sobrecalentamiento y minimiza el riesgo de incendios.
Sostenibilidad: su producción y reciclaje son menos dañinos para el medioambiente.
Resistencia a temperaturas extremas: pueden operar en condiciones climáticas adversas sin afectar su rendimiento.
No obstante, también existen desafíos. Su densidad energética es menor que la de las baterías de litio, lo que significa que requieren más espacio para almacenar la misma cantidad de energía. Además, sus costos de producción aún son más elevados, aunque su durabilidad y facilidad de reciclaje compensan en parte esta diferencia.