En una nación que ha sido faro de libertad y oportunidad, el cambio de gobierno en la tierra del Tío Sam marca un momento decisivo. El mandato popular es alto y claro: los ciudadanos anhelan un retorno a los principios fundantes que forjaron la grandeza del país. Este nuevo gobierno promete restaurar la confianza, la paz y los valores fundamentales de estos principios.
Una gran palabra es goodwill, o “buena voluntad”, pues simboliza deseos de reconciliación y progreso, capturando el sentir de las mayorías. Tras años de divisiones y una de las peores demostraciones de politiquería progresista, surge una oportunidad única para renovar el pacto social.
La ciudadanía desea paz y orden, porque tras años de conflictos internos muchos estadounidenses claman por un gobierno que priorice el imperio de la ley y la gobernabilidad. Y en el ámbito internacional, ejercer la diplomacia sobre la guerra, viendo la paz como una fuerza estratégica producto de una renovación de las fuerzas armadas como factor disuasivo.
La prosperidad, ese sueño americano que ha inspirado generaciones, también está en el centro de esta esperanza. Los ciudadanos desean empleos accesibles, sin regulaciones que frenen el emprendimiento y la innovación, que valore el esfuerzo y el mérito individual, y facilite oportunidades dentro de un sistema de libre mercado. Aunque hay cuestionamientos sobre la política del comercio internacional.
Trump ha conformado un dream team de líderes comprometidos con la eficiencia en el gasto público, la reducción del tamaño del gobierno y la revitalización económica. Con una deuda pública que ha alcanzado los US$36.17 billones, este equipo busca frenar este crecimiento insostenible.
Las promesas incluyen eliminar programas redundantes clientelares, priorizar proyectos de alto impacto y modernizar procesos gubernamentales para hacer más con menos. El consenso es que el gobierno no debe ser una carga para los ciudadanos, sino un facilitador de su prosperidad.
Otra exigencia clave del mandato ciudadano es la preservación de los valores familiares. Desde la era Obama, las narrativas ideológicas han invadido la educación y la cultura, muchos padres buscan proteger a sus hijos de conceptos como debates sobre identidad de género o iniciativas del movimiento DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión). La demanda es que la niñez sea un espacio de formación, libre de agendas extraviadas.
En este contexto, la libertad de pensamiento y expresión se ha convertido en un reclamo reiterado. La ciudadanía exige que el debate sea abierto, sin el extraordinario sesgo de gran parte de la prensa estadounidense que, en lugar de actuar como un foro imparcial para el intercambio de ideas, muchos medios han optado por convertirse en portavoces de narrativas sesgadas, profundizando la polarización y debilitando la confianza en la prensa en general.
El pueblo también ha dejado claro su rechazo a modelos ideológicos que, prometiendo igualdad, terminan socavando la libertad y el mérito individual. Estados Unidos tiene la responsabilidad de mantenerse firme como ejemplo de que el progreso nace de las libertades individuales, no de la imposición socialista.
El sueño del pueblo estadounidense es sencillo: familia, paz, prosperidad, valores y libertad. Quieren que los líderes escuchen sus necesidades reales, no que impongan agendas desconectadas de sus prioridades.
Hoy, la mayoría del pueblo estadounidense mira al futuro con esperanza. Sienten que este nuevo gobierno representa un verdadero amanecer, una oportunidad para regresar a los principios de “In God We Trust” que han sostenido a esta nación durante siglos. Las divisiones no desaparecerán de la noche a la mañana, pero hay un goodwill palpable, una disposición colectiva para construir un futuro mejor y recuperar su posición como faro de esperanza y prosperidad.
En Dios confiamos…