El Estatus de Protección Temporal (TPS) ha sido un salvavidas para cientos de miles de personas migrantes en Estados Unidos, pero ¿Es suficiente una solución temporal para problemas que claramente son permanentes?
Desde su creación en 1990, el TPS ha proporcionado protección a personas que huyen de situaciones extremas como guerras, desastres naturales o violencia sistémica en sus países de origen. Actualmente, países como Venezuela, Haití, Honduras y El Salvador están entre los beneficiarios más visibles del programa. Aunque las renovaciones recientes han sido recibidas con alivio, esta política sigue siendo insuficiente para abordar las realidades de las personas migrantes a largo plazo.
Los argumentos a favor del TPS son claros. Económicamente, los beneficiarios han demostrado ser una fuerza laboral vital. Según datos del Instituto de Política Económica, más del 90% de los beneficiarios del TPS participan activamente en el mercado laboral, contribuyendo significativamente al PIB estadounidense, especialmente en sectores como la construcción, el comercio minorista y la atención médica. Terminar el programa o no ampliarlo para ciertos países podría generar una pérdida estimada de miles de millones de dólares para la economía en la próxima década.
Sin embargo, el principal problema radica en la naturaleza temporal del TPS. Muchos beneficiarios llevan décadas residiendo en Estados Unidos, construyendo familias, negocios y comunidades. El caso de países como El Salvador y Honduras es particularmente ilustrativo: sus beneficiarios han estado protegidos bajo TPS durante más de 20 años, beneficio que debe renovarse cada 6, 12, o 18 meses a la vez, lo que crea una paradoja donde la “temporalidad” se vuelve permanente sin ofrecer una verdadera solución migratoria.
El TPS ha sido una respuesta útil a emergencias, pero ya es hora de que se transforme en algo más. Estados Unidos tiene la oportunidad de liderar con empatía y pragmatismo, ofreciendo un camino claro hacia la ciudadanía para aquellos que han demostrado ser pilares en su comunidad y economía.
Curiosamente, países como Guatemala, que también han solicitado el TPS, han sido sistemáticamente excluidos. A pesar de desastres naturales devastadores, como los huracanes Mitch, Stan, Eta y Iota y la violencia “crónica” en el país, Estados Unidos ha decidido no otorgar esta designación. ¿Por qué? Las razones varían. Por un lado, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) no ha considerado que las crisis en Guatemala alcancen el umbral requerido para una designación de TPS, al menos en comparación con las situaciones en lugares como Siria o Haití. Además, las implicaciones políticas y económicas también juegan un papel crucial: otorgar el TPS a un país con altos niveles de migración como Guatemala podría tener repercusiones significativas en el sistema migratorio de Estados Unidos.
Es crucial que el Congreso de Estados Unidosconsidere el impacto humano y económico de no transformar el TPS en una vía más segura hacia la residencia permanente. Continuar renovando el TPS sin proporcionar una opción de residencia legal perpetúa la incertidumbre y el miedo en las vidas de las personas migrantes. Además, esta política se vuelve políticamente inestable, con cada nueva administración determinando el destino de cientos de miles de personas según sus propios intereses o agendas.
Activistas y organizaciones de personas migrantespresionan para que más países se sumen al programa, como la República Democrática del Congo y Mauritania, que enfrentan crisis humanitarias alarmantes. Sin embargo, incluir nuevos países sin resolver el problema subyacente de la falta de permanencia solo agrava una situación insostenible.
El TPS ha sido una respuesta útil a emergencias, pero ya es hora de que se transforme en algo más. Estados Unidos tiene la oportunidad de liderar con empatía y pragmatismo, ofreciendo un camino claro hacia la ciudadanía para aquellos que han demostrado ser pilares en su comunidad y economía. La pregunta no es si deben quedarse, sino cuándo tomarán la decisión correcta para ofrecerles un futuro seguro y digno. Es el momento de convertir la temporalidad en permanencia.
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