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Deporte, ideología, progresismo: y el voto dijo hasta aquí… opinión de Alfred Kaltschmitt

Hombres compitiendo en los deportes feminismos, niños indoctrinados y un movimiento wokista extremista en estado terminal

El deporte, antes un pódium que premiaba el esfuerzo, el sudor y la disciplina, ahora se ha convertido en un circo donde ‘la inclusión’ pisotea descaradamente la justicia. Hombres que se “sienten” mujeres compiten entre las atletas femeninas, pisoteando cualquier noción de equidad. Y lo más demente: no solo se permite, sino que se aplaude, mientras la indignación colectiva es ignorada con descaro.

El voto disidente en las elecciones de Estados Unidos fue un grito de rechazo hacia una minoría radical que impone reglas de convivencia. La narrativa woke y las imposiciones ideológicas del lobby LGTB han reconfigurado el deporte, adoctrinado en escuelas y llenado universidades con discursos disfrazados de
progresismo.

Lamentable admitirlo, la prensa, en lugar de ser un contrapeso crítico, ha actuado como cómplice, demonizando a quienes plantean preguntas legítimas, silenciado debates y moldeado opiniones para imponer una narrativa única. Sin embargo, las voces disidentes han hablado lo que la mayoría siente.

Casos como el de Lia Thomas, un nadador promedio que, tras cambiar de categoría, se volvió campeón entre mujeres, o Laurel Hubbard, que eliminó a atletas femeninas en Tokio 2020, son algunos ejemplos de una injusticia disfrazada de inclusión. Estas historias degradan y golpean a las mujeres y a los valores que el deporte debería defender.

Pero el problema no se limita al deporte. En las aulas, niños inocentes que aún no pueden leer, reciben clases sobre identidad de género. Este adoctrinamiento ignora el derecho de los padres a criar a sus hijos según sus valores y a defender el derecho de los niños a educarse en ambientes libres de tales delirios.

El hartazgo ciudadano golpeó la mesa con su voto. Las voces disidentes están aquí, altas, claras y firmes, y el mundo ya no puede ignorarlas.

En las universidades, el pensamiento crítico ha sido sustituido por un monólogo ideológico. El adoctrinamiento radical incluye discursos antisionistas que destilan odio. Las buenas nuevas son que, en las mediciones recientes, el rechazo a estas narrativas comienza a surgir incluso entre los jóvenes más expuestos a estas ideas.

Durante los últimos años se ha ido levantando una indignación colectiva. Porque el activismo que impulsa estas agendas no busca diálogo, sino obediencia. No basta con aceptar; hay que aplaudir y celebrar con banderitas. Pero esta tendencia está siendo rechazada en múltiples sectores. La ciudadanía está cansada de que se destruya la justicia y la lógica en nombre de absurdos progresismos.

La inclusión legítima respeta derechos sin atropellar los de los demás. Hoy, las mujeres son marginadas al tener que aceptar competidores con ventajas biológicas y hasta el colmo de compartir espacios privados con hombres trans. Esta realidad contradice los principios del feminismo y los derechos por los que supuestamente luchan.

El reciente voto disidente en la mayoría de los Estados Unidos es un grito de dignidad. Las voces antes calladas ahora reclaman justicia para los niños, respeto para las mujeres y libertad para las familias. No es odio querer que el deporte, las aulas y los valores familiares se protejan de la invasión ideológica. Es una demanda urgente para recuperar el orden del caos.

El hartazgo ciudadano golpeó la mesa con su voto. Las voces disidentes están aquí, altas, claras y firmes, y el mundo ya no puede ignorarlas.

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