No hay aldea, caserío o municipio de Guatemala en donde, literalmente, la mayoría de los jóvenes han emigrado hacia los Estados Unidos. Es un fenómeno complejo, profundamente vinculado a la corrupción, la ingobernabilidad y el deterioro de las condiciones de vida. El éxodo es de tal magnitud que en EE. UU. lo están calificando como una invasión.
La idea del “sueño americano” sigue siendo esa fuerza poderosa que impulsa la migración masiva hacia Estados Unidos. Millones de personas buscan un futuro mejor, huyendo de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades. La incapacidad de nuestro país, así como de otros gobiernos latinoamericanos para generar economías sólidas con empleos dignos, junto con la ausencia de estados seguros y ordenados, es la causa principal. Las demandas de infraestructura, transporte, salud, educación y vivienda son relegadas por sistemas politiqueros corroídos por la corrupción y la ineficiencia.
En este contexto, figuras como Nayib Bukele, en El Salvador, o Javier Milei, en Argentina, han ganado una aprobación abrumadora. Sus políticas disruptivas y su capacidad para implementar transformaciones profundas han captado la aprobación de sus ciudadanos. Estos dos ejemplos dan una esperanza y comprueban que el descalabro político se puede solucionar.
Las políticas de fronteras abiertas en EE. UU., especialmente en administraciones demócratas, han provocado una ola migratoria sin precedentes. Se calcula que en los últimos cuatro años más de siete millones de personas han cruzado la frontera, desbordando las capacidades de ciudades y condados estadounidenses. Este flujo masivo ha generado rechazo entre los ciudadanos, quienes ven sus escuelas, hospitales y servicios sociales colapsar. Los pequeños pueblos han sido transformados de la noche a la mañana, enfrentando un aumento en la inseguridad. Pero hay otros graves problemas asociados, como la trata de personas, el tráfico de órganos y la explotación infantil. Se calcula que más de 200 mil niños migrantes han sido víctimas de explotación en este sistema.
Un tema reiterado de campaña es la comisión de crímenes causados por migrantes. Si bien la mayoría busca trabajar y contribuir, un porcentaje incluye criminales, pandilleros y delincuentes que se aprovechan de los principios de orden y confianza de la sociedad americana. En respuesta, el fenómeno migratorio ha dejado de ser un asunto humanitario para convertirse en un tema político central. Promesas de campañas, como las de Donald Trump, se han centrado en endurecer las políticas migratorias. Las redadas recientes, dirigidas tanto a delincuentes como a migrantes no documentados, buscan enviar un mensaje de disuasión. Sin embargo, hay que estar consciente de que la paradoja económica es que la agroindustria, la construcción y el sector servicios de Estados Unidos dependen en gran medida de la mano de obra migrante.
Hay que entender cómo se desarrollará en los próximos meses la política de deportación. Es evidente que van por los delincuentes primero y luego por los registrados que no se han presentado. Y sin embargo, pensando optimistamente, no hay que descartar que eventualmente la nueva administración pueda establecer un mecanismo de permisos de trabajo controlados.
Las remesas son un tema crítico para países como Guatemala, que dependen enormemente de esos envíos y representan una parte significativa del PIB. Si el gobierno estadounidense llegara a imponer controles o gravámenes a las remesas, las economías de la región enfrentarían un colapso sin precedentes.
En las próximas décadas, la región enfrentará una encrucijada: Abordar las causas profundas de la migración o ser testigo de cómo el éxodo masivo transforma no solo a las sociedades de origen, sino también a los países de destino.
Esto apenas comienza…