La caída de Bashar al-Assad, tras más de 50 años de régimen, sacude profundamente la dinámica geopolítica en Oriente Medio. Israel se beneficia estratégicamente, debilitando el llamado “eje de resistencia” liderado por Irán y sus aliados como Hezbollah, Hamas y los hutíes. Sin embargo, el vacío de poder plantea preguntas sobre el futuro de Siria, ahora fragmentada entre múltiples fuerzas.
Los rebeldes islámicos, liderados por Hayat Tahrir al-Sham y respaldados por Turquía, controlan el centro de Siria, mientras que los kurdos, con apoyo de Estados Unidos, mantienen el noreste. En contraste, las fuerzas alauitas, aún leales al régimen de Assad, resisten en las regiones costeras con respaldo de Irán y Hezbollah. Sin un gobierno unificado, las sanciones internacionales seguirán, agravando la crisis humanitaria y el riesgo de extremismo.
En el contexto global, Rusia, distraída por su guerra en Ucrania, ha disminuido su apoyo al régimen sirio. Su base naval en Tartús, clave para su influencia en el Mediterráneo, enfrenta incertidumbre. Donald Trump, como presidente electo, ha instado a un cese al fuego en Ucrania, destacando las implicaciones de los conflictos simultáneos.
Con un Oriente Medio al borde del colapso y la reconstrucción de Siria en duda, el desenlace de esta crisis determinara el mapa político global. ¿Será este el inicio de una nueva era o el preludio de conflictos aún más devastadores?