Desde el siglo XIII, el Cónclave ha funcionado bajo un principio inviolable: el secreto absoluto de los procedimientos y deliberaciones entre los cardenales. Durante siglos, eso se garantizaba mediante clausura física, juramentos y control humano. Pero en la actualidad, el verdadero riesgo ya no entra por la puerta, sino que se infiltra a través de las ondas electromagnéticas, una cámara oculta en una lapicera o una señal interceptada a kilómetros de distancia.

Es que la transformación tecnológica del Vaticano responde a una nueva realidad: para proteger la confidencialidad pontificia ya no basta con muros. El espionaje, hoy, es silencioso, invisible y remoto. Por eso, la Santa Sede inició una revisión de sus protocolos tradicionales, sin alterar el rito, pero reforzando todo lo que lo rodea.
Los tiempos de los “fumus” y los juramentos de silencio han sumado un nuevo actor: el apagón digital total. El concepto es claro: cerrar cualquier vía de acceso, comunicación o escape para regresar al aislamiento completo, pero empleando medios modernos. Esto supone un cambio cultural dentro de la institución más antigua de Occidente, reconociendo que la protección espiritual también requiere una defensa en el ámbito digital.
Por su parte, el diario Il Tempo informó que los hackers llegaron a interrumpir el acceso al portal y alterar servicios internos, dejando mensajes que vincularon explícitamente sus acciones con represalias contra las posturas del pontífice. Diversas pistas, incluyendo patrones técnicos y tiempos de ejecución, apuntaron a un posible origen ruso. Aunque no se presentó evidencia concluyente, el mensaje fue claro: la Santa Sede es un blanco de interés geopolítico.

Este escenario encendió las alarmas. Un análisis realizado en 2024 reveló que más del 90% de los sitios web del Vaticano carecían de protocolo HTTPS, lo que los hacía vulnerables a interceptaciones y manipulación de datos. La situación obligó al Vaticano a tomar medidas drásticas.