Las agendas, opinión por Carolina Castellanos

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Guatemala atrae agendas internacionales como si fuera imán. Cualquier idea, por descabellada que sea, se adopta y se generaliza sin ni siquiera refutarla. Debo admitir que la izquierda (a conveniencia pues son pocos los que realmente se tragan el cuento socialista), son muy buenos para popularizar las ideas descabelladas, y hasta ilegales, de esa agenda destructiva, pues logran privilegios violando la igualdad ante la ley.

Como reza el refrán, “uno que hace y otro que se deja”. Aquí están todos los políticos que buscan aceptación y aclamación popular. Retuercen la ley otorgando ventajas porque “pobrecitos”, son discriminados, son minoría, son pobres o lo que sea.

¿Cuáles son esas agendas? Empecemos con el cambio climático. No soy experta en este tema, pero desde la era del hielo ha habido cambios en el clima. En aquella época no había a quien culpar. Ahora, somos los empresarios, la industria, los empaques, el plástico y lo que quiera, los responsables de ese “cambio”.

La agenda LGBTIQ+ ha sido, a mi parecer, la que más ha ocasionado ruptura de lo que los zurdos llaman “el tejido social” (reconozco que son buenos para poner nombres creativos). La diversidad sexual debería ser algo personal, íntimo y privado. Pero no es así. Buscan obtener privilegios simplemente porque son diferentes. Sin duda alguna, hay discriminación hacia esta comunidad. Pero eso no justifica exigir privilegios ni leyes que los protejan. Esto debe ser un proceso educativo para la sociedad. Son seres humanos y merecen el mismo trato que el resto de nosotros, ni más, ni menos.
El feminismo de ahora es una degradación de lo que inició hace muchos años en Estados Unidos y otros países para que se les permitiera a las mujeres optar a trabajos que eran exclusivos para hombres y se les pagara igual. Por supuesto, esto trajo algunas prebendas derivado de la maternidad, por ejemplo. Pero de eso a exigir privilegios y ventajas simplemente por el hecho de ser mujeres, es romper esa igualdad ante la ley.

Todo esto ha conducido a aprobar leyes que otorgan privilegios, como los llamados “resarcimientos”, que iniciaron después del conflicto armado. Esto fue una guerra. Las víctimas seguimos siendo todos pues, a la fecha, siguen reclamando dinero. Lo han logrado, en parte, utilizando el indigenismo. Ahora exigen tierras, más resarcimientos económicos y quién sabe qué más. No importa si fueron guerrilleros, miembros de la autodefensa civil, si defendieron a la patria o no. Se “merecen” tierras, dinero, apoyo del gobierno y hasta leyes “exclusivas”.

Con la firma de los “Acuerdos de Paz firme y duradera” llegaron las oengés. No me cabe ninguna duda que hay muchas que realmente vinieron a apoyar el proceso de reconstrucción, capacitaron a los indígenas en mejores prácticas de cultivo, entre muchas otras formas de ayuda. Aún hay muchas de estas que continúan con esa loable labor y hacen mucha obra social, cultural y educativa a lo largo y ancho del país. Estamos agradecidos con ellas.

Sin embargo, se abrió la puerta para que entrara un sinfín de organizaciones con agendas claramente de izquierda, que atentan hasta contra la soberanía del país. Indoctrinan (no educan) en esos conceptos e ideas destructivas. El nombre del juego ha sido, y seguirá siendo, dinero. Mantener vivo el conflicto armado genera enormes cantidades de dinero para muchos, donde no estamos incluidos la abrumadora mayoría de guatemaltecos que somos honrados y nos levantamos a trabajar todos los días, sea en el campo, en la ciudad, en la industria, el comercio, los mercados, las ventas informales, etc.

Es muy lucrativo mantener viva la discriminación, aun cuando no la hay. Aún hay mucha oposición a proyectos como generación de energía, construcción de carreteras, minería, etc., bajo el argumento que son “tierras ancestrales” o que los proyectos van a contaminar los ríos, o habrá expropiación de sus tierras, etc.

Ningún gobierno se ha comprometido a defender y proteger las inversiones de gran envergadura que generan riqueza para todos, desde la señora que venderá tortillas y almuerzos a los trabajadores, hasta los que están arriesgando su dinero para financiar estas grandes obras de infraestructura, lo que deja a la inversión privada “a su suerte”, ante la oposición sistemática de los tradicionales “acarreados”, porque hay dinero de por medio para bloquear estos proyectos.

Una publicidad de antaño, de una empresa grande, decía “creo, confío e invierto en Guatemala”. Sin inversión privada es imposible que el país crezca y se desarrolle.

La opinión de este artículo es ajena al Noticiero El Vigilante

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