El desastre nuclear en 1986 provocó la trágica pérdida de miles de vidas, y toda la ciudad de Pripyat fue evacuada. Pero los lobos nunca se fueron y parecen soportar los efectos de la radiación.
Hace 10 años, un equipo de científicos de la Universidad de Princeton, en EEUU, comenzó a investigar a los lobos grises en la zona de exclusión de Chernobyl (ZEC), un área de 1600 kilómetros cuadrados, donde la radiación del lugar todavía representa un riesgo de cáncer.
La doctora Cara Love, bióloga evolutiva y ecotoxicóloga de la Universidad de Princeton, colocaron collares de radio a los lobos para poder controlar sus movimientos. “Estos collares nos dicen en tiempo real de dónde están los lobos y a cuánta radiación están expuestos”,
Love y su equipo descubrieron que los lobos tienen sistemas inmunológicos alterados similares a los de los pacientes con cáncer sometidos a tratamiento de radiación, pero lo más importante es que también identificó partes específicas de la información genética de los animales que parecían resistentes a un mayor riesgo de cáncer.