El próximo 20 de agosto será electo el nuevo Presidente de la República, que necesariamente será Sandra Torres o Bernardo Arévalo. Lo será uno de ambos; pero no con mi voto, porque será voto nulo.
No me importa que mi voto sea el único anulado. No me importa que sea un voto despreciable por tener un valor infinitesimal en el cómputo del número total de votos. Me importa el valor que mi voto nulo tendrá en mi consciencia de ciudadano. Me importa que no elegiré una de las dos opciones de candidato presidencial. Me importa que quien sea electo no lo sea con mi complicidad.
Sandra. No votaré por Sandra porque pretende emplear los recursos del Estado para consumar, con repartición de alimentos y dinero, y casas y bonos, y quizá billetes de lotería, ollas, tamales, comales y leña, un simulacro de filantropía que beneficiaría, no precisamente a los pobres acechados por el hambre y la enfermedad, que se agotan en el instintivo esfuerzo por evitar la muerte, y por ello no pueden ser clientes electorales. Beneficiaría a quienes son pobres por negligencia, y a quienes disfrutan de una plácida holganza, y a quienes se deleitan con la irresponsabilidad y el parasitismo, y a quienes buscan oportunidades de aprovechamiento ilícito del tesoro público.
No votaré por ella porque ese simulacro filantrópico corrompería moralmente a aquellos pobres que pueden ellos mismos optar a un mejor estado de vida. Los corrompería porque provocaría en ellos un pernicioso relajamiento de la potencia creadora, emprendedora y productiva. Por supuesto, ese mismo simulacro filantrópico no lograría que esos pobres fueran menos pobres, sino que preservaría su pobreza.
No votaré por ella porque, cuando cogobernó con su esposo, el presidente Álvaro Colom, intervino en la creación del Transurbano, magna obra de corrupción. Para crearlo, el gobierno de Colom concedió a la Asociación de Empresas de Autobuses Urbanos, 35 millones de dólares. La corrupción se regocijó. Por ese negocio Colom, cuando ya no era presidente, fue acusado de fraude y peculado, y fue objeto de prisión. Colom reconoció que Sandra había intervenido en el negocio. Alguien que fue viceministro del Ministerio de Finanzas Públicas durante el gobierno de Colom, también reconoció esa intervención.
Bernardo. No votaré por Bernardo porque es socialista, y el socialismo es más poder y señorío de los políticos gobernantes, y menos poder y más servidumbre de los gobernados, y más riqueza de esos políticos y más pobreza de los ciudadanos. Se me impone la evocación de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
No votaré por él porque parece creer que gobernar es conducir la economía, y pretendería ser el juez que dictaminaría sobre aquellas actividades económicas que serían permitidas y aquellas que no lo serían. Por ejemplo, según su programa de gobierno, él pretendería prohibir la minería, como lo pretende el presidente de Colombia, el socialista Gustavo Petro; o se opondría a expandir esa misma actividad económica, como se opone el presidente de Chile, el socialista Gabriel Boric.
No votaré por él porque comete uno de los mayores errores que un político puede cometer, que es pretender la igualdad económica; pues tal igualdad no es causa de una mayor riqueza de los ciudadanos, sino que lo es la libertad económica, de la cual surge naturalmente una benéfica desigualdad. No votaré por él porque pretendería instituir una economía llamada humana, que realmente sería economía dirigida por políticos, y por ello mismo sería anti economía. Esa economía humana sería tan absurda como una aritmética humana, o aritmética dirigida por los políticos con el fin de que las operaciones de suma, resta, multiplicación y división beneficiaran a los pobres.
No votaré por él porque está dispuesto a la disolución territorial del país; pues su partido reconoce y respeta “la diversidad étnica y cultural basada en la convicción de que los pueblos son permanentes, y como tales deben tener el dominio sobre sus territorios.” Por ejemplo, un pueblo kakchiquel tendría dominio sobre su territorio, y podría prohibir el tránsito y la actividad económica de los llamados ladinos.
No votaré por Bernardo porque su partido profesa un “profundo respeto” a la comunidad de la diversidad sexual, y le brindaría privilegiada protección a los “derechos humanos fundamentales” de los miembros de esa comunidad, es decir, emplearía el poder público para conceder un beneficio privado. Quizá Bernardo crearía un iridiscente Ministerio de la Diversidad Sexual, para brindar esa privilegiada protección.
Sandra y Bernardo. Ambos candidatos parecen haberse prohibido pronunciar la palabra libertad, o la frase limitar el poder de quienes ejercen el poder del Estado, o limitar el poder de los legisladores de crear tributos y adquirir deuda pública. Realmente promueven más poder, y más poder, de los gobernantes; y más servidumbre, y más servidumbre, de los ciudadanos. Con tal finalidad, probablemente expandirían más una burocracia que fatiga el tesoro público y azota la vida cotidiana de los ciudadanos.
Ambos, con rara fecundidad, han multiplicado sus promesas, como si poseyeran mágicas fuerzas o divinos poderes para cumplirlas. Y sus programas de gobierno parecen haber sido engendrados en un mundo onírico, rico en licenciosa fantasía, demencial ilusionismo y febril imaginación. Son programas que insultan el sentido común, atacan la inteligencia y amenazan la razón.
Cada uno compite con el otro para ser el peor candidato, y parece imposible que, en esa competencia, haya un perdedor. No necesariamente afirmo que alguno de los candidatos que participaron en la elección del 25 de junio, y que no fue uno de los dos candidatos que obtuvieron más votos, hubiera sido mejor que Sandra o que Bernardo.
No es el caso que yo crea que puede haber un candidato presidencial perfecto, parte de cuya perfección sería una providencial confluencia de santa intención cívica, ascética honradez, sublime idealismo patriótico y superlativa idoneidad para gobernar. No puede haber tal candidato; pero podría haber uno que sensatamente tendiera a ser menos imperfecto con respecto a la calidad de gobernante que demanda el Estado. Ni en Sandra ni en Bernardo encuentro esa tendencia.
Post scriptum. Si, el próximo 20 de agosto, el número de votos nulos fuera mayor que el número de votos obtenido por el candidato ganador, el nuevo Presidente de la República no podría tener la pretensión de ser gloriosa obra de la sagrada voluntad popular, o del indisputable mandato del pueblo. Su tolerada ilegitimidad moral se erigiría sobre su miserable legitimidad legal.

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