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Las Inversiones Forzosas. ¿Una Estrategia o una Amenaza para la Economía Colombiana?, opinión de Melanie Müllers

La reciente propuesta del presidente Gustavo Petro de implementar inversiones forzosas en Colombia ha encendido un debate acalorado en distintos sectores de la sociedad. La medida busca que los bancos destinen parte de los ahorros de los ciudadanos para comprar bonos gubernamentales, lo que a su vez permitiría financiar créditos para sectores que, en la actualidad, no cumplen con los requisitos para obtener préstamos en condiciones favorables. Sin embargo, la aparente buena intención de esta propuesta está envuelta en una nube de desconfianza y preocupación.

Críticos de la medida señalan que esta política podría ser una forma indirecta de “expropiación” de los ahorros de los colombianos. La intervención del Estado en los recursos privados, aunque no nueva, siempre ha sido un tema espinoso en economías democráticas. Las comparaciones con países como Venezuela, donde políticas similares llevaron a la ruina financiera de muchos ciudadanos, no tardaron en aparecer. Si bien el gobierno ha intentado calmar los ánimos asegurando que no se trata de una expropiación, la historia y el contexto generan dudas sobre la capacidad del Estado para gestionar eficientemente estos recursos.

La realidad es que, en un país como Colombia, donde la confianza en las instituciones financieras es clave para la estabilidad económica, cualquier intervención en los ahorros de la población genera incertidumbre. Analistas advierten que la propuesta podría tener efectos colaterales como el aumento de las tasas de interés para otros tipos de préstamos, así como la disminución de los beneficios que los bancos ofrecen a los ahorradores. Esta posible desincentivación del ahorro formal podría llevar a muchos a optar por mecanismos alternativos e informales para proteger su dinero, algo que resultaría contraproducente para la economía.

El trasfondo de esta propuesta se relaciona con la necesidad de cubrir un déficit fiscal que, según estimaciones, podría oscilar entre los 30 y 50 billones de pesos. Con un presupuesto para 2025 de 523 billones de pesos, donde al menos 12 billones dependerán de una nueva reforma tributaria, la presión sobre el gobierno es evidente. Ante un panorama fiscal desbordado, la opción de “meter la mano” a los ahorros de los colombianos se presenta como una solución a corto plazo nefasta y con riesgos profundos a largo plazo.

La preocupación se intensifica cuando se considera el historial de corrupción y mala gestión que ha caracterizado al gobierno de Colombia. Los críticos temen que, incluso si estos recursos son captados para los fines propuestos, la posibilidad de que sean manejados de manera eficiente y retornados con los intereses acordados es mínima. Esta percepción de falta de transparencia y capacidad para ejecutar proyectos con éxito alimenta el escepticismo.

Recordemos que en Argentina, la crisis económica llevó al gobierno a implementar el llamado “corralito,” una medida que restringió la libre disposición de dinero en efectivo de cuentas corrientes y de ahorros. Esta política se aplicó para evitar una fuga masiva de capitales en medio de una crisis financiera grave. Los ciudadanos solo podían retirar una cantidad limitada de dinero, lo que generó un colapso en la confianza pública, saqueos y fuertes protestas sociales.

La propuesta de inversiones forzosas en Colombia plantea un desafío complejo. Por un lado, es evidente la necesidad de dinamizar sectores que actualmente no tienen acceso al crédito. Sin embargo, la desconfianza en la capacidad del gobierno para manejar estos recursos sin comprometer la estabilidad económica añade un riesgo considerable. En lugar de generar soluciones, esta medida ha contribuido a erosionar aún más la confianza de los ciudadanos en un momento crucial para el país.

La opinión de este artículo es ajena a Noticiero El Vigilante