La cultura woke es una cosa terrible, muy intolerante, prohíbe que la gente se exprese libremente, hace que la despidan por tener opiniones contrarias a lo políticamente correcto y obliga a todos a acatar los mandatos de un progresismo tonto. Este monstruo de lengua filosa anida en las universidades, donde un montón de alumnos viven alejados de la realidad, y la enorme presión que ejerce sobre la libertad explica la virulencia de la nueva izquierda.
Por consiguiente, si un profesor insiste en usar “el hombre” como término genérico para la totalidad de las personas existentes, les estudiantes woke, probablemente le señalen de ser un homofóbico y que, al unirse los alumnos ansiosos de libertad, por su edad, soliciten lo despidan por usar correctamente el lenguaje.

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En ningún momento mi intención es discriminar a los gays de nacimiento, pues tienen todo el respeto de mi parte, no estando en esa agenda perversa y respetando el lenguaje no inclusivo.
En el caso de las empresas que tomen en cuenta a la comunidad LGTBQ+ y el Día del Orgullo degenerado, o que Disney ponga un personaje lésbico en una película. Pero el discurso según el cual estas nociones son hegemónicas y tiránicas sirve de paraguas para libremente hacer circular discursos de odio y de restricción muy concreta de las libertades de otros.
En pocas palabras es una cultura que apoya todo lo que es inmoral para justificar su aparente lucha contra la discriminación y con esto lograr engañar a los jóvenes que están en desarrollo, para que les sirvan de peones en sus macabros intereses.