A menos que surja un cisne negro a última hora, Donald Trump será juramentado para asumir la presidencia de EE. UU. el próximo lunes 20 de enero. Su primera presidencia (2017-2021) estuvo marcada por una mezcla de logros significativos y mucha controversia. Los factores que llevaron a su regreso y lo que podría esperarse de su segundo mandato permite vislumbrar un panorama de cambios profundos en la política doméstica e internacional.
La victoria de Trump en 2016 fue una sorpresa. Su capacidad para canalizar el descontento de una clase trabajadora desilusionada, su retórica directa y su rechazo al establishment elitista lo convirtieron en un fenómeno político formidable y polémico. Los desafíos a su presidencia fueron constantes. La investigación montada por altos mandos del FBI sobre la supuesta colusión de Trump con Rusia, basada en el informe Steele, financiado por la campaña de Hillary Clinton, se convirtió en un tema central que los medios amplificaron de manera incesante, a pesar de que posteriormente se demostró que las acusaciones carecían de sustento. Además, enfrentó dos juicios políticos en el Congreso y una intensa oposición mediática que moldeó la opinión pública.
Al dejar la presidencia, Trump enfrentó una serie de ataques legales y mediáticos que buscaron eliminarlo como fuerza política. El allanamiento del FBI en su residencia y una batería de procesos legales constituyeron persecuciones inéditas contra un expresidente de EE. UU. En lugar de debilitarlo, el constante y obvio acoso de los medios y el aparato del gobierno lo fortalecieron ante la opinión pública.
En paralelo, los retos del gobierno de Joe Biden presentaban un fuerte contraste. Su frágil estado mental y débil presencia, encubierta por los medios durante la campaña de 2020 y en el trascurso de su presidencia, se hizo evidente en el debate presidencial de 2024. Kamala Harris fue incapaz de proyectarse como una líder viable; su única propuesta era no ser Trump y seguir el rumbo que llevaba Biden. Este rumbo era descontrol de la frontera sur, inflación, insistencia en promover valores “woke”, debilidad e incertidumbre en el plano geopolítico.
El segundo mandato de Trump podría ser significativamente distinto del primero. Con la experiencia de los desafíos que enfrentó, es probable que impulse sus políticas con mayor firmeza. En su primer mandato configuró un gabinete al gusto del establishment de su partido, nombrando ministros y asesores que perseguían su propia agenda, no la de él. Al ganar de manera rotunda las elecciones primarias del partido republicano y luego triunfar sin ambigüedad en las elecciones presidenciales, Trump tiene firme control del partido, con mayoría en el senado y congreso. No tiene nada que perder y mucho que ganar impulsando su agenda sin apología; se rodeará de funcionarios y asesores leales a él y su proyecto político y no caerá en la misma trampa.
En el ámbito doméstico, Trump promoverá reformas estructurales para reducir la regulación a la actividad productiva, impulsará el sector energético y un ambiente económico favorable. Reducirá el aparato burocrático que hará todo lo que pueda por descarrilarlo. En el plano internacional hará valer la fuerza de su país como la potencia económica, militar y moral que es. Millones de personas buscan migrar a Estados Unidos; no se ve gente migrando a China, Rusia, Irán, Venezuela o Cuba. Para muchos, Trump es un narcisista y su hablar desagrada, pero no cabe duda de que es un líder que proyecta fuerza y vigor. Será controversial, pero al menos introducirá novedad y será interesante.