La mayor fortaleza de Kamala Harris es que no es Donald Trump
A pocos días de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, las encuestas no dan un claro ganador. La incertidumbre se explica porque ninguno de los dos candidatos cuenta con ventaja decisiva y también por el sistema de Colegio Electoral estatal que refleja el federalismo de Estados Unidos. El sistema fue diseñado así para evitar que la elección fuera decidida por unos pocos estados o ciudades grandes.
No será el fin de la democracia o del mundo, pero sí afectará el destino de ambos.
En las elecciones presidenciales estadounidenses, los estados suelen clasificarse como “azul profundo”, demócrata; “rojo profundo”, republicano, o “bisagra”, disputado, en función de sus patrones históricos de voto y tendencias partidistas, que pueden cambiar con el tiempo. Estados como California, Nueva York y Massachusetts son azul profundo, votan consistentemente más por el candidato demócrata; mientras que Texas, Alabama y, recientemente, Florida, usualmente se inclinan por el candidato republicano. Es incorrecto decir que los votos de esos estados no cuentan, simplemente se conoce de antemano que la mayoría votará azul o rojo, respectivamente. En estados bisagra como Arizona, Georgia, Pennsylvania y Míchigan, incluso Nevada y Wisconsin, ninguno de los dos partidos cuenta con mayoría clara; de allí su peso en la definición de la elección.
Ambos candidatos, Kamala Harris y Donald Trump tienen fortalezas y debilidades electorales que reflejan sus distintivas personalidades, estilos de liderazgo, políticas y base popular.
Harris ocupa la vicepresidencia y es mujer de descendencia afroamericana e india; personajes de alto relieve han dado declaraciones acusando de traidores a mujeres o afroamericanos que no voten por ella. Harris cuenta con la maquinaria del partido Demócrata; los dólares donados a su campaña son el doble del candidato republicano. Tiene el marcado apoyo de la mayoría de los medios de comunicación, Hollywood, artistas, la academia, la burocracia y el establishment. Estar a favor del aborto, o los “derechos reproductivos”, como se dice ahora, le gana una mayoría de votos con mujeres urbanas. Es progre en todo el sentido del término. Lo que no tiene es carisma, articulación de políticas claras o capacidad para expresarse y responder a preguntas sin leer un texto. Pesan sobre ella algunos desastres del gobierno de Biden, como la inflación acumulada de más de 20 % durante su gobierno, el masivo ingreso de migrantes indocumentados por la frontera del sur y la conflictividad geopolítica. La mayor fortaleza de Kamala Harris es que no es Donald Trump.
A Trump lo aman o detestan con intensidad; despierta ira furiosa o apasionada lealtad. Es carismático, enérgico, elocuente, temerario y altamente controversial. En días recientes llenó el Madison Square Garden con público que pagó por su entrada para escucharlo; apareció en el podcast de Joe Rogan para una conversación fluida de tres horas, algo que Harris nunca podría hacer. Durante su gobierno no hubo inflación ni guerras y contuvo la migración irregular. Geopolíticamente, proyecta fuerza y ambigüedad estratégica; es imposible predecir lo que hará. Fue sometido a un linchamiento del establishment mediático y político con ficciones que ellos mismos inventaron. La principal debilidad de Trump es su estilo abrasivo, agresiva personalidad y tendencia a hacer pronunciamientos fuera de tono. Harris lo compara con los nazis, lo tilda de fascista y dice que destruirá la democracia; los medios replican esa narrativa con entusiasmo.
El resultado de la elección no será el fin de la democracia o del mundo, pero sí afectará el destino de ambos. Pronóstico reservado.
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